Kora´Lek, dedos rápidos

por **Admin** Mar Oct 24, 2017 9:43 pm

Son las dos de la mañana y estoy agotada y muerta de sueño. Además creo que me he perdido. Llevo toda la noche vagando por los garitos de Ryloth. No estoy de juerga; es simplemente que ando buscando un transporte. Cualquiera me vale, hasta el más insignificante. De hecho si es uno de esos, mejor, porque lo último que quiero es llamar la atención y meterme en problemas, bastantes tengo ya. De hecho, me siento con ánimos de enfrentarme a cualquiera en este momento, aunque, para hacer honor a la verdad, dudo que pudiera plantarle cara a ninguno de los que se encuentran en el bar. Son todos de la peor calaña que te puedes encontrar. ¿Os parece un tópico eso de ir buscando transporte en los locales de marcha? Pues tiene más sentido del que parece. Entrad en un garito cualquiera y mirad a vuestro alrededor (si es que la cortina de humo os lo permite claro). ¿Qué veis?

A gente desinhibida. A gente confiada. A gente dispuesta a intimar con desconocidos. Gente que si la pillas en el momento adecuado, hará cualquier cosa que le pidas. Y ese tipo de gente es la que necesito yo esta noche.

Dicen que solo hay algo más destructivo que un Sith, una persona dispuesta a todo para salvar su vida. Mi madre solía decir que es lo único que merece la pena, la supervivencia. Y por eso estoy aquí.

Pero llevo horas dando tumbos de un lado a otro y nadie se fija en mí. En realidad no soy muy alta, y no llevo tacones como la mayoría de las mujeres que vienen por aquí. Además tampoco llevo ropa adecuada, sino que voy con unos pantalones de cuero y una túnica de viaje con capucha, ideal para taparme los lekku, lo único que he podido conseguir, aunque nunca me ha importado la estética.

Así que paso totalmente desapercibida, y eso es bueno. Porque…

Un momento,

Alguien me está mirando.

Pero ¿quién? ¿Y por qué?

Me vuelvo hacia todos lados, pero es imposible ver nada. La luz parpadea, el humo me envuelve y hay tanta gente que no solo me cuesta distinguir sus rostros, sino que, además, me impiden abarcar todos los rincones de la sala.

Pero lo he sentido. De la misma manera que sientes un soplo de aire frío, yo he notado esa mirada. Se me ha erizado el vello de la nuca. Me ha dado un escalofrío de lo más siniestro.

Me abro paso entre la gente, todavía con ese molesto cosquilleo en la nuca. Tengo la sensación de que, entre toda esta humanidad, hay alguien que no está allí para divertirse. Alguien. En alguna parte.

Me empujan para que me quite de en medio, y me dejo zarandear de un lado para otro, tratando de captar otra vez esa sensación.

Y me quedo quieta de pronto. Ahí en el rincón. Alguien me ha vuelto a mirar, y se me ha puesto la piel de gallina. O sería más apropiado decir que me ha entrado un ataque de pánico y me muero de ganas de salir corriendo de aquí. Pero me contengo. El dueño de semejante mirada acaba de hundir el rostro de nuevo en la larga melena de una humana cuya ropa deja poco espacio a la imaginación.

No puedo verle la cara pero lo reconozco al instante. Entonces él se vuelve hacia a mí y me mira fijamente. Es una mirada maquiavélica que me deja muda de horror. Pero no tiene ningún sentido. Hay algo que no encaja. Respiro hondo, no es momento de asustarse. Saco el arma que tengo escondida entre la túnica y le apunto a la cabeza (esto es más una defensa que un ataque porque en honor a la verdad, sé perfectamente que no voy a acertarle). Soy informática, se me dan bien las máquinas, no las armas, pero es la única manera que tengo de no morir esta noche. Supervivencia ¿recuerdas?.

Él pone los ojos en blanco al ver mi arma apuntándole.

- Ten cuidado con eso – me dice. Puedes hacerte daño

- Deberías estar muerto – respondo.

- No eres más que una insignificante esclava, nadie va a ayudarte a escapar de mí.

- ¡Cállate!

Y sin pensármelo dos veces, disparo.

Recibo un golpe en la cabeza y lo último que veo es cómo caigo al suelo rodeada de gente asustada, corriendo de un lado para el otro sin sentido a causa de mi disparo y esos ojos grises alejándose de mí mientras se pone todo negro.

Me levanto de un salto y miro a mi alrededor aturdida. No lo veo por ningún lado. Y de pronto recuerdo todo. El local, él mirándome y el disparo. Tengo un dolor de cabeza más propio de una resaca que de haberme quedado dormida en el sofá. Han pasado tres meses desde que le maté y escapé de mi planeta pero aún sigo teniendo pesadillas. En Coruscant todavía no ha amanecido pero soy incapaz de dormir más. Por cierto, no me he presentado. Me llamo Kora’lek y soy una fugitiva.

Kora´Lek, dedos rápidos

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